jueves, 3 de febrero de 2011

Llora mi cuerpo, no hay palabras...




El patio ensangrentado. La pila de cabezas. Los cuerpos andando sueltos. Tropezando, cayendo.

Hay que cambiar a los niños de colegio.
Hay que buscar el cuerpo del niño, buscar la cabeza del niño, y cambiarles de colegio.

Una madre coge del montón la cabeza de su niño y gritando «Miguelito,  Miguelito» va detrás de un cuerpo a ver si coincide.
Pero la anarquía no lleva a ninguna parte.
Entonces, los padres improvisan una reunión de padres.
No pueden dejar de mirar aquellos cuerpos de sus criaturas y las cabezas de sus criaturas separados por completo.

Más los cuerpos del cuerpo de enseñanza media y cuerpos del cuerpo de mantenimiento sin cabeza y sus cabezas entre las cabezas de niños, todos mezclados. Sin olvidar la sangre.

Ya que un cuerpo, desprendido hace poco rato de una cabeza, no para de sangrar y una cabeza, desprendida hace poco rato de un cuerpo, no para de sangrar.

Y la gente dice que sufre.
Porque se han visto obligados a actuar como ellos no querían.
Que se han visto obligados a hacer cosas que ellos no querían hacer.
le echan la culpa a otros.
Que otros les han dicho lo que tenían que hacer.
Que ellos pensaban con la cabeza de otro, o para la cabeza de otro, o con las ideas de otro, o pagados por otro, o yo qué sé.

Y la reunión de padres, que dura pocos segundos, decide, por ciento cincuenta votos contra uno, decapitarse entre sí y mezclar más cabezas a las cabezas o, como se dice vulgarmente, echar más leña al fuego.
Y deciden la manera, también en pocos segundos, y la manera que deciden, otra vez por ciento cincuenta votos contra uno, es nada menos que el guantazo limpio.
Y en pocos segundos todos comienzan a propinarse guantazos limpios.
Y vuelan las cabezas. Ciento cincuenta cabezas a favor, volando.
Y la cabeza en contra, también volando.
Y las cabezotas de los perritos, volando.

Ahora se mezclan en un patio de colegio encharcado en sangre, cabezas de toda clase y cuerpos de toda clase: de padres con cabeza de perritos, de perritos con cabeza de niños, y es muy, pero que muy bonito.
Porque es la prueba que necesitan para entender que ya está bien de vivir y de morir pensando con la cabeza de otro.

Y la cabeza de la directora del colegio, incrustada en el cuerpo de un chihuahua, le dice a la cabeza de uno de los padres, incrustada en el cuerpo de una niña: «A su hijo vamos a expulsarle de este colegio. Por haber armado el jaleo». Nadie sabe quién armo el jaleo. Tú vas a armar el jaleo.

Después llegan los abusos sexuales que jamás son abusos: son ocasiones no desaprovechadas.
¿Cómo ocasiones no desaprovechadas?
Si, son tíos con niñas.
Si, son tías con niños.
Si, son niños con tíos.
Si, son niñas con niñas.
¡No señor!, son cuerpos de niños con cabeza de tías abusando sexualmente de cuerpos de perros con cabezas de maestras.
¡No señor!, son cuerpos de chihuahua penetrados por cuerpos de padres liberales con cabeza de bedeles fachas.
¡Qué coño!, son cabezas de chorlito copulando contra cuerpos de chorlito, chocando contra inadaptados, chocando los vencedores por fin junto a los vencidos, sólo que aquí, no hay vencedor que no lleve cabeza de vencido ni vencido que no lleve, cabeza de triunfador.

Entonces, ésos que reclamaban igualdad, ya la tienen: una igualdad amorfa.
Y ésos que reclamaban orden, flipan, porque ven que ahora el desorden es mucho mayor; que para orden, mejor el que ya existía.

Siempre te he dicho que las consecuencias de pensar con la cabeza de otro, eran fatales para la humanidad y que la humanidad no podría librarse jamás de eso. Y que tú te librarías.
Hay que elegir entre apartarse o quedarse a cambiarlo todo. Hay que elegir entre apartarse definitivamente —pegarse el tiro— o quedarse y cambiarlo todo.

Siempre te he dicho: vas a pensar con tu cabeza, aunque traten de arrancarte la cabeza a guantazos.

Tienes que echar a correr si hace falta....

Como yo. De chaval. Con altavoces robados de mi escuela, sudando, atravesando el campo de fútbol, saltando una alambrada. Con gente que me persigue y me persigue. Y la diferencia con los demás es que mi cuerpo lleva mi cabeza.


                                                                                                                                                                 Por Rodrigo García.